sábado, 7 de mayo de 2016

EL EDUCADOR Y SU INTERVENCIÓN

Las maestras y maestros como a madres y padres. No hemos hecho una separación entre escuela y familia porque entendemos que, aunque sean contextos educativos diferentes, las orientaciones para la educación afectivo-sexual no difieren sustancialmente, ya que los y las educadoras de ambas instituciones buscan el desarrollo sano y feliz de niñas y niños, y lo hacen estableciendo vínculos significativos y trascendentes con su alumnado. Para hacer educación afectivo-sexual no hay que renunciar a la propia historia ni dejar de ser quien se es para convertirse en una persona “experta” en el tema. La competencia para poder hacer una buena educación afectivo-sexual, la encuentra quien educa en su propio interés y sus ganas de crear y sostener vínculos y relaciones de intercambio con las criaturas.
La educación infantil es un modo de hacer explícito que la sexualidad acompaña al ser humano desde su nacimiento hasta su muerte y que, por tanto, niños y niñas son seres sexuados. Esto significa que es preciso orientarles en el desarrollo de su sexualidad, no sólo para su futuro, sino para que la vivan satisfactoriamente en su propio presente. A lo largo de la historia, la crianza, el cuidad o y la educación infantil han sido tareas desarrolladas fundamentalmente por mujeres, tanto en la casa como en las instituciones escolares. Esto es así aún hoy, aunque, en los últimos años, cada vez más hombres (p adres y maestro s) se han interesado por la relación con las y los pequeños y se han sumado con gusto a la tarea de educarlos.
Ser como somos, es el mejor punto de partida
El mejor punto de partida es reconocer los propios deseos, saberes, avances, dificultades, miedos, pudores, etc. y empezar a aceptarlos. Sólo desde ahí es posible decir la verdad y buscar los modos de hacer educación afectivo-sexual sintiéndose bien
Es frecuente pensar que para educar a niñas y a niños en el desarrollo libre, sano y gratificante de su sexualidad es necesario actuar y ser de una manera concreta y no de otras. Sin embargo, cambiar nuestras sensaciones y formas de pensar para plegarnos a determinados patrones de conducta no es una tarea fácil y ni siquiera positiva, ya que implica renunciar a lo que somos y a la riqueza que existe en lo que cada cual es.
La calidad de la relación es más importante que los mensajes que se dan o se dejan de dar, porque en ella, aunque no se tengan todas las respuestas, la criatura podrá aprender a expresar también sus miedos e inquietudes. Y esta relación puede ser una fuente de aprendizaje también para la persona adulta.
El vínculo y las relaciones con los niños y las niñas
Educamos a las niñas y a los niños a través de los vínculos que establecemos con ellas y ellos. Por este motivo es importante comprender la trascendencia de los mismos y reflexionar sobre cómo hacer de estas relaciones un lugar para la expresión, el intercambio y el desarrollo.
Un niño o una niña aprenden a reconocerse como seres únicos y diferentes y a reconocer a los otros y a las otras, a través de las relaciones que establecen. Aprenden, en primer lugar, a reconocer a las personas adultas más cercanas y, a través de los vínculos que establecen con ellas, a diferenciar a las personas entre sí. Es común que el vínculo más fuerte que una criatura establezca sea con su madre. Asimismo, diferentes prácticas dan cuenta de cómo un padre también puede establecer con su hijo o hija un vínculo basado en el cuidado y en el intercambio afectivo. Los maestro s y maestras, los abuelos y abuelas, los cuidadores y cuidadoras, y cualquier persona adulta que se relacione con las niñas y los niños, pueden establecer vínculos de apego con ellas.
El apego proviene de la confianza que sienten por sus mayores y la seguridad que esta confianza les da. Y son esa seguridad y confianza las que les permiten abrirse a las demás personas. A través de estos vínculos aprenden a expresar la afectividad. Por ello, es bueno para su desarrollo, que tengan más de un vínculo de apego porque supone la posibilidad de experimentar más estímulos, diferentes emociones y diversas formas de expresarse. En el periodo que va desde los cero a los d os años, los vínculos de apego tienen un pape l básico. Si la niña o el niño se sienten queridos aprenderán a querer y querrán mostrar ese sentimiento.
La influencia de las figuras de apego se extiende a toda la infancia y adolescencia, aunque cada vez va ocupando un lugar menos central. Los vínculos de apego marcarán sus relaciones futuras: la persona tenderá a ser cálida o fría, confiada o desconfiada, según cómo hayan sido estos primeros intercambios.
Como docentes siempre hay que darse cuenta que la confianza de un niño es muy importante, a medida de que el pequeño es el que elige o decide a quien darle la confianza, porque no a cualquier persona se la da, si no que esa persona se gano el vinculo de apego con el niño.


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