Las
maestras y maestros como a madres y padres. No hemos hecho una separación entre
escuela y familia porque entendemos que, aunque sean contextos educativos
diferentes, las orientaciones para la educación afectivo-sexual no difieren
sustancialmente, ya que los y las educadoras de ambas instituciones buscan el
desarrollo sano y feliz de niñas y niños, y lo hacen estableciendo vínculos
significativos y trascendentes con su alumnado. Para hacer educación
afectivo-sexual no hay que renunciar a la propia historia ni dejar de ser quien
se es para convertirse en una persona “experta” en el tema. La competencia para
poder hacer una buena educación afectivo-sexual, la encuentra quien educa en su
propio interés y sus ganas de crear y sostener vínculos y relaciones de
intercambio con las criaturas.
La
educación infantil es un modo de hacer explícito que la sexualidad acompaña al
ser humano desde su nacimiento hasta su muerte y que, por tanto, niños y niñas
son seres sexuados. Esto significa que es preciso orientarles en el desarrollo
de su sexualidad, no sólo para su futuro, sino para que la vivan satisfactoriamente
en su propio presente. A lo largo de la historia, la crianza, el cuidad o y la
educación infantil han sido tareas desarrolladas fundamentalmente por mujeres,
tanto en la casa como en las instituciones escolares. Esto es así aún hoy,
aunque, en los últimos años, cada vez más hombres (p adres y maestro s) se han
interesado por la relación con las y los pequeños y se han sumado con gusto a
la tarea de educarlos.
Ser como somos, es el mejor punto
de partida
El
mejor punto de partida es reconocer los propios deseos, saberes, avances,
dificultades, miedos, pudores, etc. y empezar a aceptarlos. Sólo desde ahí es
posible decir la verdad y buscar los modos de hacer educación afectivo-sexual
sintiéndose bien
Es
frecuente pensar que para educar a niñas y a niños en el desarrollo libre, sano
y gratificante de su sexualidad es necesario actuar y ser de una manera
concreta y no de otras. Sin embargo, cambiar nuestras sensaciones y formas de
pensar para plegarnos a determinados patrones de conducta no es una tarea fácil
y ni siquiera positiva, ya que implica renunciar a lo que somos y a la riqueza
que existe en lo que cada cual es.
La
calidad de la relación es más importante que los mensajes que se dan o se dejan
de dar, porque en ella, aunque no se tengan todas las respuestas, la criatura
podrá aprender a expresar también sus miedos e inquietudes. Y esta relación
puede ser una fuente de aprendizaje también para la persona adulta.
El vínculo y las relaciones con los
niños y las niñas
Educamos
a las niñas y a los niños a través de los vínculos que establecemos con ellas y
ellos. Por este motivo es importante comprender la trascendencia de los mismos
y reflexionar sobre cómo hacer de estas relaciones un lugar para la expresión,
el intercambio y el desarrollo.
Un
niño o una niña aprenden a reconocerse como seres únicos y diferentes y a
reconocer a los otros y a las otras, a través de las relaciones que establecen.
Aprenden, en primer lugar, a reconocer a las personas adultas más cercanas y, a
través de los vínculos que establecen con ellas, a diferenciar a las personas
entre sí. Es común que el vínculo más fuerte que una criatura establezca sea
con su madre. Asimismo, diferentes prácticas dan cuenta de cómo un padre
también puede establecer con su hijo o hija un vínculo basado en el cuidado y
en el intercambio afectivo. Los maestro s y maestras, los abuelos y abuelas, los
cuidadores y cuidadoras, y cualquier persona adulta que se relacione con las niñas
y los niños, pueden establecer vínculos de apego con ellas.

El
apego proviene de la confianza que sienten por sus mayores y la seguridad que
esta confianza les da. Y son esa seguridad y confianza las que les permiten
abrirse a las demás personas. A través de estos vínculos aprenden a expresar la
afectividad. Por ello, es bueno para su desarrollo, que tengan más de un
vínculo de apego porque supone la posibilidad de experimentar más estímulos,
diferentes emociones y diversas formas de expresarse. En el periodo que va
desde los cero a los d os años, los vínculos de apego tienen un pape l básico.
Si la niña o el niño se sienten queridos aprenderán a querer y querrán mostrar
ese sentimiento.
La
influencia de las figuras de apego se extiende a toda la infancia y
adolescencia, aunque cada vez va ocupando un lugar menos central. Los vínculos
de apego marcarán sus relaciones futuras: la persona tenderá a ser cálida o
fría, confiada o desconfiada, según cómo hayan sido estos primeros
intercambios.
Como docentes siempre hay que darse cuenta que la confianza de un niño es muy importante, a medida de que el pequeño es el que elige o decide a quien darle la confianza, porque no a cualquier persona se la da, si no que esa persona se gano el vinculo de apego con el niño.